En los nuevos juicios laborales, que dentro de un mes empezarán a funcionar en algunos estados del país, el juez que preside las audiencias tiene la obligación de dictar sentencia luego del desahogo de las pruebas y de escuchar los alegatos de las partes (art. 873-J). “Solamente en casos excepcionales y que así se justifique por el cúmulo de hechos controvertidos o bien de las pruebas rendidas” el juez podrá dictar dentro de los cinco días siguientes. Todo esto suena muy bien pero, ¿ocurrirá? ¿Es posible hacerlo? Quizá la excepción se convierta en la regla.
Actualmente, los laudos en casi todas las Juntas o tribunales burocráticos del país tardan meses en dictarse. Este es uno de los problemas que la reforma intenta atacar, pero por supuesto no basta con que así lo ordene la ley: a final de cuentas, dictar una sentencia de forma inmediata tras el desahogo de pruebas y alegatos requiere capacidad, habilidad, experiencia, sagacidad y un actuar veloz, características todas que no abundan en el foro y que tampoco se inculcan en casi ningún espacio académico. ¿Qué dificultades se avecinan en este sentido? Enumero algunas:
1. Los datos. La mayoría de las Junta no comparten sus datos o estadísticas. Una honrosa excepción en este sentido es la Junta Local de la Ciudad de México. De acuerdo a la información pública que comparten, en el mes de febrero (último mes laborado con normalidad antes del inicio de la pandemia) cada dictaminador hace menos de 28 laudos al mes. Estos funcionarios se dedican solo a esto: a revisar todo el expediente y a hacer los proyectos de laudo. Hacen en promedio, casi uno al día (hábil). A diferencia de los futuros jueces, no tienen que desahogar audiencias ni encabezar un Tribunal, a pesar de lo cual solo resuelven un juicio al día. A la anterior estadística, añado una referencia personal: en mi caso como dictaminador, hago entre 30 y 40 al mes (mi récord personal en un mes llegó a ser de 80, pero decidí no querer jugarle al superhéroe si a casi nadie de mis jefes les importaba y, por el contrario, se aprovechaban de que podía llegar a hacer el trabajo de 3 personas por un salario bajísimo, además de haber holgazanes que cobran lo mismo por hacer casi nada). En resumen: elaborar laudos (o las futuras sentencias) toma su tiempo.
2. Los operadores existentes. Quienes trabajamos en la justicia laboral actual no estamos acostumbrados a tomar decisiones de fondo rápidas y frente a los justiciables. Nuestro quehacer se ha hecho siempre en el escritorio (o recibiendo línea en algunos casos), por lo que evaluar pruebas, ordenar ideas y justificar conclusiones de forma oral ante las partes no será nada sencillo. Quizá algunos juzgadores federales tengan más experiencia en esto, pero: (i) si ya son especializados (por ejemplo, en procesos penales u orales mercantiles) difícilmente buscarán una nueva especialización (laboral), así como un cardiólogo no opta luego por volverse traumatólogo; (ii) si no son especializados, quizá sean pocos los que opten por el foro laboral pues podrían preferir la materia de amparo con los retos/estímulos intelectuales que representa, y aquellos que lo hagan podrían enfrentar los mismos problemas apuntados en torno a los funcionarios de las Juntas a lo que hay que sumar el desconocimiento de la materia; (iii) si son especializados en materia laboral (como los funcionarios de los juzgados de distrito en esta materia de la Ciudad de México) también son juzgadores de escritorio y con menos experiencia aún que los funcionarios de las Juntas en el trato con la gente y el desahogo de audiencias.
¿Y los litigantes? Sin duda algunos podrían convertirse en buenos jueces y juezas, pero para muchos el estilo burocrático de vida no es apetecible o, en todo caso, difícilmente pueden adaptarse a un rol que no es de ataque ni de defensa. Como sea, debido a que enfrentan problemas más variados cotidianamente que les exige forzosamente encontrar soluciones o salidas de todo tipo, podrían tener más “tablas” para enfrentar este escenario de dictado de sentencias que los funcionarios que estamos más acostumbrados a obedecer y seguir caminos consabidos.
3. Los litigios están llenos de mañas y estrategias (unas buenas, otras torpes, algunas malintencionadas), y esto es comprensible pues las partes quieren llevar agua a su molino como sea (a fin de cuentas, esto es lo que nos enseña el capitalismo: ganar sin importar cómo). Aquí se vuelve clave la experiencia, el colmillo. Esto se perfecciona con el tiempo, claro, y naturalmente los primeros meses o años de su función para los jueces serán también de mucho aprendizaje. Pero si este proceso de aprendizaje no se acelera, las malas prácticas que los juzgadores solemos tener (el exceso de formalismo, la proclividad de muchos a rehuir la discusión de fondo de un asunto, la incapacidad de apreciar una disputa en todas las aristas posibles, etc.) podría obstaculizar que el nuevo proceso laboral sea todo lo dinámico que puede y debería ser.
[continuará…]
[Publicado originalmente el 12 de octubre de 2020 aquí]